Tenía casi de todo: aberturas por donde disparar flechas, artefactos para verter plomo derretido sobre las cabezas de los visitantes… Hasta un foso. Eran detalles encantadores, desde luego; pero faltaba algo. Carecía de fantasmas.
Yo soy de los que creen firmemente en lo sobrenatural; así que di por supuesto que un viejo castillo como Goresthorpe Grange tendría al menos uno. Desgraciadamente me equivoqué.
Durante mucho tiempo esperé inútilmente. Cada ruido extraño me provocaba un escalofrío. ¿Serán fantasmas esos ruidos? Pero no. Siempre había alguna explicación.
¡Cuánto deseaba oír en mi casa los lamentos y gemidos de algún alma en pena! ¡Cuán injusto me parecía que la casa de mi vecino tuviera un espectro respetable y que él, encima, no lo valorase!
Finalmente, no pude aguantar más. Me decidí a traer un fantasma a Goresthorpe Grange. Pero ¿cómo? Yo había leído que la mayoría de los fantasmas son consecuencia de un crimen. Le pregunté a mi mayordomo si le importaba darse muerte él, o asesinar a alguien, a fin de conseguir el ansiado fantasma. Pero mi proposición no le hizo ninguna gracia.
-Ya sé lo que vamos a hacer – dijo un día Matilde, mi mujer-: pediremos que nos manden un fantasma de Londres. Mi primo, Jack Brocket, puede ayudarnos.
Este primo de Matilde era un joven despierto que se ganaba la vida haciendo pequeñas chapuzas y extraños encargos. Tuve que reconocer que encontrar un fantasma era un encargo verdaderamente extraño.
Al día siguiente por la tarde fui a visitar al despacho del señor Jack Brocket. Me abrió la puerta un ayudante que pareció sorprenderse de ver en su oficina a un cliente de verdad.
-Deje eso de mi cuenta- dijo el señor BroCket tras escuchar mi petición-. Usted desea que le proporcione un fantasma para Goresthorpe Grange, ¿no es así?
-Efectivamente- contesté.
-Pues es lo más fácil del mundo- replicó él alegremente- . Perdone un segundo.
Se encaramó a una escalera de mano y se puso a rebuscar en una fila de libros de la estantería.
-¡Aquí está!- exclamó, saltando de la escalera al suelo-. Página 41: <<Christopher McCarthy>> –leyó Jack- . << Sesiones semanales, con la asistencia de todos los espíritus importantes de los tiempos antiguos y modernos. Horóscopos, amuletos, abracadabras, mensajes del otro mundo>>. Este McCarthy puede ayudarnos- dijo Jack- . Pero veré si puede hacernos un precio más económico.
Dijo que me escribiría en cuanto tuviera alguna novedad. No había nada más qué hacer, sino regresar a casa y esperar pacientemente sus noticias. A los pocos días llegó su carta. <<Estoy en el buen camino>>, decía. <<Los espiritistas profesionales no nos sirven, pero ayer conocí en la taberna a un individuo que dice que puede conseguirle su fantasma. Se llama Abrahams. Irá a visitarle la semana que viene>>.
Esperé impaciente la llegada del señor Abrahams. No acababa de creer que un mortal tuviera poderes sobre el mundo de los espíritus. Sin embargo, tenía la palabra de Jack.
Y la palabra de Jack se cumplió. Una tarde se detuvo un coche ante la puerta. Bajé corriendo a recibir al señor Abrahams. Casi esperaba descubrirle en el interior del coche en compañía de un surtido de fantasmas.
Abrahams era un individuo fuerte, bajo, rechoncho, de ojos chispeantes y sonrisa ancha y alegre. Todo lo que traía consigo era un maletín de cuero. Nos saludó a mí y a mi mujer, que acababa de unirse a nosotros.
Le conduje arriba, donde nos esperaba la cena. No quiso separarse de su maletín. Sus ojillos se iban volviendo a un lado y a otro, fijándose en cada uno de los muebles ante los que pasaba.
Ya retirada la mesa, el señor Abrahams entró en materia.
-Así que quiere un fantasma, ¿eh?- preguntó-. Pues no ha podido encontrar persona más indicada para el caso que o. Yo y mi maletín.
-¡No irá a decirme que lleva los fantasmas en el maletín!- comenté.
El señor Abrahams sonrió.
-Tenga paciencia- dijo-. Usted proporcióneme el lugar y la hora más convenientes, que con esta esencia de LucoptolyCus que llevo aquí podrá elegir el fantasma que quiera.
Entonces se sacó un frasquito de un bolsillo del chaleco, que contenía un líquido incoloro.
-Vamos a empezar a la una menos diez de la madrugada –prosiguió-. Hay quien prefiere las doce; pero la mejor hora para escoger espíritus es la una menos diez.
El señor Abrahams se puso en pie.
-Y ahora, sugiero que efectuemos el recorrido de la casa, y me permita escoger la habitación más indicada para llevar a cabo el sortilegio. Unas son mejores que otras.
El hombrecillo inspeccionó cuidadosamente todas las estancias y corredores. Finalmente se detuvo en la sala de banquetes.
-¡Éste es el sitio ideal!- dijo, danzando alrededor de la mesa como un duendecillo- . Aquí hay espacio de sobra para que circulen los fantasmas. Déjeme solo para preparar la habitación, y vuelva a las doce y media.
Bajé al salón, a sentarme con mi mujer. A través del techo oíamos cómo el señor Abrahams cruzaba la habitación, cerraba la puerta con cerrojo, y arrastraba un pesado mueble en dirección a la ventana. Oímos el chirrido herrumbroso de las bisagras al abrir la ventana. A mi mujer le pareció que el señor Abrahams hablaba en voz baja. Probablemente invocando a los espíritus.
A las doce y media subía a ver a mi visitante. No había el menor indicio de que hubiesen movido mueble alguno.
-Tiene usted que beberse la esencia de Lucoptolycus –dijo el señor Abrahams-. Vea lo que vea, no debe hablar ni moverse; de lo contrario se romperá el sortilegio.
Me senté donde me decía. El señor Abrahams cogió un trozo de tiza y trazó un círculo a nuestro alrededor, en el suelo. A lo largo del círculo dibujó figuras misteriosas. Luego pronunció una larga retahíla de palabras extrañas, sacó el frasquito de Lucoptolycus y me lo tendió para que bebiera. El líquido tenía un olor ligeramente dulce. Hice una pausa antes de beber, pero a continuación lo apuré de un trago. No tenía mal sabor. No experimenté ningún cambio en mí. Me recosté en mi butaca y esperé a ver qué pasaba.
El seño Abrahams salmodió unas palabras más. Empezó a entrarme un calorcillo agradable, y sopor. Por mi cabeza desfilaron todo tipo de pensamientos placenteros. Justo cuando estaba a punto de dormirme, se abrió la puerta del otro extremo de la sala.
Giró lentamente sobre sus bisagras. Yo me incorporé en mi butaca, agarrándome a sus brazos. Me quedé mirando el oscuro pasillo con ojos horrorizados. Se acercaba algo borroso y confuso. Lo vi transponer el umbral en silencio. Un soplo de aire gélido barrió la sala y me heló el corazón.
Una voz que sonó como el viento dijo:
-Yo soy la presencia invisible. Estoy aquí y no estoy. Yo provoco escalofríos y exhalo suspiros. Llevó la muerte a los perros. Elígeme.
Fui a hablar, pero las palabras se me ahogaron en la garganta. La figura cruzó la estancia y se desvaneció en la oscuridad.
Volví otra vez la mirada hacia la puerta. Ante mi asombró entró una viejecita cojitranca y se agachó junto al círculo de tiza. Tenía una cara horrenda. Jamás en la vida se me olvidará.
-¡Ah! ¡Ah!- chilló, levantando unas manos que más parecían garras-. Yo soy la vieja malvada. Mis ropas son repugnantes. Yo maldigo a la gente. El mundo me odia. Mortal, ¿quieres ser mi dueño?
No bien negué con la cabeza, se volvió hacia mí con su muleta y desapareció con un grito.
Al instante entró un hombre alto de noble aspecto. Tenía la cara mortalmente pálida, aunque enmarcada con abundante cabello negro que le caía ensortijado hacia la espalda. Iba vestido de raso amarillo, y llevaba ceñida una espada al costado. Cruzó la estancia con paso majestuoso.
-Yo soy el caballero- dijo con voz agradable-. Ensarto y me ensartan. Hago sonar el acero de mi espada. Esta mancha sobre el corazón es de sangre.
Saludó con una inclinación y se esfumó.
Apenas hubo desaparecido, un intenso horror se apoderó de mí. Y es que un ser invisible pero espantoso lleno la estancia con su presencia, y se puso a decir con voz temblorosa que emitía como si se tratara de ráfagas de viento:
-Yo vago por los corredores. Yo soy el que deja huellas de pisadas y salpicaduras de sangre. Hago ruidos extraños y desagradables. Probo cartas y agarro a la gente por la muñeca con una mano invisible. También lanzó risotadas horripilantes. ¿Quieres oír una ahora?
Antes de que yo pudiese decir nada, lanzó un horrísono bramido que hizo retemblar la estancia. Y a continuación desapareció.
Mis ojos se volvieron maquinalmente hacia la puerta abierta. Otra vez me quedé petrificado ante la visión de lo que acababa de hacer aparición.
Era un hombre (si se le podía llamar así) altísimo. A través de su carne putrefacta asomaban unos huesos delgados. Tenía un color grisáceo. Iba envuelto en una sábana rematada en una caperuza que le cubría la cabeza. Allí ardían dos ojos demoníacos que brillaban como carbones al rojo. Le colgaba la mandíbula, lo que permitía ver una lengua arrugada y negra y unos colmillos mellados.
-Soy el aterrorizador americano- dijo con voz cavernosa-. Mira mi sangre y mis huesos. Soy repugnante y horrible. Puedo hacerte encanecer en una sola noche.
El monstruo me abrió sus brazos descarnados. Retrocedí y desapareció dejando tras de sí un hedor nauseabundo. Empezaba a no estar seguro de que fuera buena idea escoger un fantasma para mi casa. Recé porque fuera éste el último de tan horripilante desfile.
Un débil frufrú de vestidos me anunció la llegada de otro fantasma. Alcé los ojos. Entró flotando una hermosa joven. Vestía en un estilo anticuado. En su rostro había huellas de pasión y sufrimiento. Avanzó con leve ruido y volviendo sus ojos bellos y tristes hacia mí, dijo.
-Yo soy la hermosa maltratada. He sido engañada y olvidada. Yo recorro los pasillos gritando por las noches. Tengo muy buen gusto. ¿No prefieres escogerme a mí?
Su voz encantadora se apagó y sonrió al tiempo que se desvanecía ante mis ojos. Esta sonrisa resolvió la cuestión.
-¡Ella puede servir!- exclamé-. ¡Elijo este fantasma!
Al dar un paso en su dirección, crucé el círculo mágico del suelo.
-¡Nos han robado!
Estas palabras cruzaron varias veces por mi cerebro, ates de que llegara a comprenderlas. Sonaron como una nana: <<Nos han robado, robado, robado…>>
Una violenta sacudida me hizo volver en mí. Me descubrí tendido en el suelo, boca arriba, con un frasquito de cristal en la mano.
-¡Nos han robado!- repitió Matilde, sacudiéndome de nuevo por los hombros.
A través de la niebla de mi cerebro, empecé a recordar lo ocurrido durante la noche: la puerta por la que habían entrado los fantasmales visitantes. El círculo de tiza con sus signos mágicos. Pero ¿dónde estaba el señor Abrahams? ¿Y qué significaba esa ventana abierta con una cuerda colgando hacia afuera? ¿Y dónde estaban mi bandeja y mis candeleros de plata?
No he vuelto a ver más mis objetos de valor ni al señor Abrahams. Según la policía, el señor Abrahams no era otro que Jemmy Wilson, un famoso ladrón. Debió de oír en la taberna que Jack Brocker necesitaba un cazafantasmas, y le brindó sus servicios.
Mi médico me explicó la razón de los fantasmales visitantes que visitantes que vi: analizó las gotas que quedaban de la <<esencia de Lucoptolycus>>. Determinó que la poción era un fuerte sedante que ocasionaba visiones. Dado que yo había esperado ver fantasmas, mis sueños habían sido enteramente fantasmales.
No hace falta decir que he perdido por completo mi pasión por los fantasmas.
Relatos de Fantasmas. Adaptación de Steven Zorn.
Ed. Vicens Vives. Colección: Cucaña
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Responde a las siguientes preguntas y después redacta un resumen del cuento en tres párrafos: planteamiento, nudo y desenlace.
1. Planteamiento:
- ¿Cuál era el deseo del protagonista?
- Una vez que lo consiguió, ¿qué echaba en falta?
- ¿Cómo creen el narrador y su mujer que pueden conseguir lo que quieren?
- ¿Con quién se entrevistan? ¿Qué les dice este personaje?
- Cuando aparece por primera vez el señor Abrahams, ¿quién dice ser?
- ¿Qué debe hacer el narrador para que el señor Abrahams pueda llevar a cabo el plan?
- ¿Qué sucede cuando el narrador se bebe la la esencia de Lucoptolycus?
- ¿Quién resultó ser realmente el señor Abrahams?
- ¿Cómo explicó el médico las visiones del narrador?