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GUÍA PARA LA LECTURA DE
Veinte
poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda
Los Veinte
poemas y una canción desesperada son el tercer libro de Pablo Neruda y, sin
duda alguna, la cima de su etapa juvenil. Estamos, en efecto, ante una poesía
juvenil en muchos sentidos, y que llamó en seguida la atención por su tono
elemental, cálido, apasionado, así como por las novedades de su lenguaje
poético. La obra se situaba en la línea de superación del Modernismo, pero se
quedaba en una posición de poesía humana, al margen -salvo ciertos toques- de
las audacias vanguardistas iniciadas ya por Vallejo o Huidobro.
Su
composición corresponde a la época en que Neruda estudia en la Universidad de
Santiago de Chile, adonde se había trasladado, desde el Temuco de su infancia,
en 1921. En realidad, entre 1923 y 1924, Neruda escribe poemas inspirados por
diversas experiencias amorosas. Y, en un determinado momento, decide repartir
tales composiciones en dos poemarios distintos:
Uno
será El hondero entusiasta (publicado
en 1933), libro de un amor exaltado.
El otro es Veinte
poemas…, un
conjunto unitario que podríamos definir como "crónica de un amor". ¿Un
amor? En realidad, sabemos que tales poemas fueron inspirados por varias
muchachas, especialmente dos a las que Neruda recordaría más tarde con los
apelativos de "Marisol" y "Marisombra": la primera era una
joven de Temuco; la segunda, una estudiante de la capital (pero parece que aún
hubo una tercera, acaso una cuarta). Así pues, este libro presenta y ordena
como una historia lo que, en realidad, fueron momentos distintos de varios
amores. Y
así, aunque la "materia" de los poemas proceda de experiencias
reales, el poemario tiene mucho de "montaje", de construcción
literaria. Incluso podría verse en sus páginas cierta pose literaria de amor
doliente (pose que podría ser "auténtica" en un joven de dieciocho a
veinte años). En cualquier caso, estamos ante una obra que a -la manera de
ciertos cancioneros amorosos de otros tiempos- desarrolla una concepción del
amor y de la mujer con una
evidente carga de tradiciones literarias, lo cual no disminuye su autenticidad
emocional y poética.
Concepción del amor
En los Veinte poemas…, el amor presenta diversos planos que van de lo más concreto y físico a lo que,
recordando a poetas de otros tiempos, podemos calificar de
"metafísico".
Lo
primero que nos llega -desde el poema 1- son los aspectos físicos: el cuerpo, las caricias, la
unión carnal. Todo
ello es evocado con una fuerza y una sensualidad que chocó por su audacia y que
sin duda responde a un inconformismo moral del poeta.
Pero
a partir de ese plano corporal, se salta -también desde el arranque del libro-
a un plano superior: el amor cobra un alcance
telúrico. A través del impulso
erótico, el amante entronca con la tierra, con la vida. Así, uno de los rasgos
sobresalientes de estos poemas es la intensa trabazón de experiencias amorosas
y elementos de la naturaleza: el mar, el cielo, el viento, la niebla, las
montañas, los pinos...
En
un tercer plano, aún más alto -un plano metafísico-, el amor es un camino para
salvarse del desarraigo existencial, de la angustia. En ese sentido, como en El hondero entusiasta, el anhelo amoroso
entronca con el ansia de absoluto. "¡Mi sed, mi ansia sin límites, mi
camino indeciso!". Y en la “Canción” final del libro, se resumirá así:
"Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. - Era el duelo y las
ruinas, y tú fuiste el milagro." En otros momentos, el poeta dirá cómo se
lanzó al amor para vencer "el viento de la angustia" o "esa ola
de angustia"
vital (5) para salvarse de su "naufragio" vital (7), para hacer
retroceder "la muralla de sombra" (“Canción desesperada”); el amor
fue su "última amarra" (8).
El amor así concebido se presenta,
según hemos dicho, como una historia; los poemas se ordenan con arreglo a un
"plan narrativo", componiendo "una vaga historia de amor y
desamor". Anticipemos el desarrollo de esta "crónica":
Su comienzo nos lanza de lleno en la
consumación del amor recién descubierto (1), con referencias a una infausta
época anterior que ahora se evoca "como un túnel" o como una
"noche" de la que, al fin, parece posible salir.
Siguen
diversas vicisitudes, gozos y sombras. La "sed", la
"angustia" parecen, a veces, vencidas; pero la soledad y el dolor
acechan hasta en instantes gozosos. Así, los momentos de júbilo alternan con
momentos tristes o melancólicos, incluso con premoniciones del final (8). Desde
el poema 15 se hacen más frecuentes las referencias al distanciamiento, a la
incomunicación, con un último paréntesis engañosamente luminoso (19).
El amargo desenlace se recoge en el
poema 20 y en la “Canción desesperada”, sin duda las dos composiciones más
importantes del libro. Es el fin del amor y, de nuevo, la noche, el naufragio
de toda esperanza.
Dos versos de “Canción desesperada”
resumen bellamente lo que ese amor tuvo de destino y de anhelo, de ilusión y de
fracaso:
“Ese fue mi destino y en él viajó mi
anhelo y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio”.
La concepción del amor y la
"historia" que nos presenta este libro tienen, ante todo, un evidente aire
neorromántico. Pero también podrían descubrirse raíces en la poesía amorosa de
un Quevedo -acaso el poeta más admirado por Neruda- y, más lejos aún, en la
tradición provenzal y petrarquista, sin olvidar al Garcilaso de la Égloga I y de ciertos sonetos
La mujer
Como
complemento de lo dicho en el epígrafe anterior, conviene hacer unas
observaciones sobre la figura de la amada. Podemos dejar ahora de lado ciertas
variaciones que traslucen la diversidad de muchachas que inspiraron los poemas.
Fijémonos en los rasgos esenciales de la mujer que, a partir de aquellas
mujeres, ha forjado el poeta. Pues bien, esos rasgos se sitúan en los tres
planos que acabamos de ver en el enfoque del amor.
Ante todo, la mujer amada se nos
presenta en su dimensión más carnal. No insistiremos en los valores corporales
y sensuales de estos poemas. Los textos nos mostrarán, por lo demás, la
atención del poeta a aspectos concretos: el pelo, los ojos, detalles de
indumentaria...
Más allá, es fundamental la fusión de
la mujer con la naturaleza (aspecto central de aquel alcance telúrico del amor).
El poeta habla del "atlas blanco de tu cuerpo" (13), de sus
"blancas colinas" (1), de sus "ojos oceánicos" (7)... El
poema 3 es fundamental en este sentido: la amada se confunde con el paisaje,
con la tierra ("... en ti la tierra canta. - En ti los ríos cantan...
"). En el 19, su fuerza vital es exaltada con estas palabras: "Eres
la delirante juventud de la abeja, - la embriaguez de la ola, la fuerza de la
espiga." Y su figura se agranda hasta adquirir una dimensión incalculable:
"Tú juegas con el sol como un estero" (19). El poeta la ve como
"dueña del universo" (14). Un verso marca el punto más alto de la
significación de la amada: "Todo lo llenas tú, todo lo llenas" (5).
En fin, en relación con el tercer plano
que antes señalábamos, la amada es la salvadora (o podría serlo). El poeta lo confiesa
desde el principio: "para sobrevivirme te forjé como un arma... "(1).
Ella será su guía: "acogedora como un viejo camino" (12). Y entre
tantos versos que recogen esa función salvadora de la mujer sobresalen estos
dos del poema 8: “Última
amarra, cruje en ti mi ansiedad última,/ en mi tierra desierta, eres la última
rosa.”
Hasta aquí, la aureola positiva de la
mujer. Pero ya sabemos que las esperanzas puestas en ella solo tuvieron un
cumplimiento efímero. Y es que desde muy pronto -si no desde el comienzo-,
percibimos también la idea de la amada distante, huidiza; paradójicamente,
poseída e inalcanzable a la vez. Desconcertantes y estremecedores son versos
como estos: "Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía; - de tu mirada
emerge a veces la costa del espanto" (7). Es significativo el relieve que
adquiere en algunos poemas el silencio de la mujer, asociado a las ideas de
ausencia y soledad: "!Ah, silenciosa!", se repite en el poema 8, en
el que también se dice: "He aquí la soledad de donde estás ausente."
El poema 15 empieza con un verso paradójico: "Me gustas cuando callas
porque estás como ausente"... Luego se insiste: "estás como
distante", "... y mi voz no te alcanza." Poco a poco ha ido
creciendo el tema de la incomunicación. Así hasta las desoladas afirmaciones
del poema 19, tan "luminoso" por otra parte: "... nada hacia ti
me acerca, - todo de ti me aleja... ". Así se llega a la amada definitivamente
perdida de los dos últimos poemas del libro.
La expresión poética
En los apartados anteriores hemos abordado
los aspectos esenciales del contenido de los Veinte poemas, con lo que tienen de tradicional y de original. Pero
a través de los versos que se han ido citando, se habrá tenido ya idea del
papel que la expresión poética juega en la originalidad de la obra.
Ante
todo, se apreciará la variedad de tonos, que se adaptan a la expresión de la
sensualidad o la ternura, del júbilo o la melancolía, de la exaltación vital o
la desesperación.
La intensidad sentimental es lo primero
que embarga al lector de estos poemas. Muchos de los versos citados hasta ahora
pueden servir de ejemplo. Por lo demás, se advertirá en seguida la importancia
de las exclamaciones (aunque, a veces, Neruda prescinda de los signos de
exclamación), reforzadas por interjecciones oportunas: "!Ah
silenciosa!" (8), "!Oh abandonado!" (“Canción desesperada”).
Comprobable es la densidad del léxico fuertemente connotado de afectividad, en
especial los sustantivos y adjetivos que se relacionan con la tristeza, el
dolor, la melancolía). A ello se asocian los términos que aportan frecuentes
notas crepusculares o nocturnas.
Las imágenes son, sin ninguna duda, el
aspecto central de la lengua poética de Neruda, desde este libro. Es proverbial
la capacidad del autor para forjar poderosas y originales imágenes. Muy
frecuente es el empleo de símiles más o menos inesperados: el poema 12 se
presta especialmente a comprobarlo. Pero, más allá de las fórmulas
comparativas, encontraremos metáforas de variada índole. La amada, por ejemplo,
es "caracola terrestre" donde "la tierra canta" (3), es
"abeja blanca... ebria de miel" (8), es -ya lo vimos- "última
amarra" y "última rosa". El poeta resumirá su dolor acumulando
metáforas: "Sobre mi corazón llueven frías corolas, - oh sentina de
escombros, feroz cueva de náufragos" (“Canción desesperada”). En cuanto a
los símbolos, su presencia es igualmente densa. Destaquemos aquellos que se
refieren a la condición del poeta: "buzo ciego", "hondero",
"náufrago"... O a sus vicisitudes: símbolos como el túnel, la noche,
el árbol sin pájaros, los solitarios muelles. Y de nuevo hay que aludir al
alcance simbólico que cobrarán elementos de la naturaleza, así como a la
frecuencia de imágenes o símbolos marinos.
Destacan también "figuras de
construcción" como las repeticiones (v. poema 20 y “Canción desesperada”),
las bimembraciones y paralelismos (hay ejemplos en los poema 8 y 19, en la
“Canción desesperada”, etc.
La métrica
Por su versificación, los Veinte poemas de amor y una canción
desesperada son también un libro netamente posmodernista: conserva metros
característicos del Modernismo, pero lleva a cabo una decidida reducción de
formas y recursos rítmicos, a la vez que introduce ciertas novedades.
Entre los versos, el alejandrino es el
dominante. Hay ejemplos también de versos endecasílabos y de otras medidas;
pero Neruda también introducirá, junto a ellos, versos amétricos (esto es, no
sujetos a una medida establecida). Esta libertad - unida a un excepcional
sentido del ritmo- muestra a las claras su alejamiento del Modernismo.
La rima da nuevas pruebas de ese mismo
alejamiento. Predomina la asonancia
entre versos pares. En unos poemas, la asonancia cambia en cada estrofa; en
otros, se mantiene invariable a lo largo de todo el poema. La rima consonante aparece
en algún caso .Y hay también bastantes poemas sin rima, (aunque en algunos de
ellos, y en otros, aparezcan asonancias ocasionales).
Insistamos, en fin, en el sentido del
ritmo que Neruda posee en el más alto grado. Es insuperable el ritmo
impregnante de poemas inolvidables como el 15, el 19, el 20, la “Canción
desesperada”... En los mejores momentos, a la peculiar andadura de los versos
se unen artificios complementarios como las reiteraciones, bimembraciones o
paralelismos de que antes hablamos.
Conclusión
Hemos ido apuntando los valores de la obra
y su lugar en la poesía hispanoamericana. Ciertamente, no alcanza las cimas a
las que se remontaría más tarde Neruda, pero el autor ya daba en él pruebas de
su fuerza lírica y su originalidad expresiva. Su impacto en la poesía de lengua
española fue inmenso por los acentos nuevos con que cantaba el amor y por la
fascinación de su lenguaje. Como dijimos, su éxito fue inmediato. Y, caso
insólito en un libro de versos, en 1961 alcanzó el millón de ejemplares; hoy
ronda los tres millones. Es, después de las Rimas
de Bécquer, el libro de poesía en castellano más leído. Sin duda, y aparte
otros valores, es un espléndido libro de amor juvenil que sigue siendo un
descubrimiento para lectores jóvenes.
Estudio de Fernando Lázaro y Vicente Tusón (adaptación)